jueves, 17 de diciembre de 2020

ANSIEDAD



Ejercita en mí mismo sus furores, escribió el poeta. Así se comporta la ansiedad, cual rayo que no cesa. No puede con ella ni el ansiolítico, ni el consejo bienintencionado, ni los aprendizajes respiratorios.

Otrora se la llamó angustia, Angst, (miedo, en la homónima novela de Stefan Zweig). Pero con el tiempo a la angustia se la prefirió llamar ansiedad, y de ese modo, tomando la manifestación exterior solamente, se pudo ubicar un fármaco, ansiolítico, que puede suprimir (temporalmente) los síntomas exteriores de la angustia interior. De ahí que no cese, porque la angustia tiene sus motivos, subjetivos, que la razón no entiende. Si la angustia permanece, la ansiedad no cesa.

¿Y de dónde procede la angustia? Pues lo que angustia está en relación al Otro, a sus posibles intenciones, a sus secretos, a sus noticias temibles, a lo inquietante de lo incierto, al desasosiego del vivir, a las sorpresas desagradables conocidas y por conocer, a lo tenebroso, a los repetidos malos encuentros en la vida, a los accidentes del viaje, a ese soltar el control porque son otros quienes nos conducen, nos transportan.

La ansiedad se relaciona con la espera, (que siempre tiene algo de espera ansiosa). También con el pánico, ante la emergencia de una imagen extrañamente familiar, ora de horror, ora de un cuerpo fragmentado. También con tener que elegir. Y desde luego cuando falta la falta, cuando se tiene de todo.

Pero la ansiedad hace acto de presencia junto a malas compañías, ante los deseos caprichosos e impredecibles de un Otro cercano que nos atemoriza, de un Otro que sabe muy bien cómo angustiarnos.

Por ello el mejor antídoto para la ansiedad no es ni la pauta, ni el ansiolítico, sino el atrevimiento decidido a autorizarse en los propios deseos, y la construcción de una agenda propia, sin dependencias, esclavitudes, ni servidumbres voluntarias. Los ex ansiosos lo dicen así: "un día me rebelé, dije basta".

A la ansiedad se la combate desenvolviéndola, interrogándola, investigándola. Causando una conmoción en los sujetos angustiados, quienes tan sólo pudieron expresarse a través de ese síntoma de la ansiedad. Por eso suprimir el síntoma no es suficiente.












lunes, 15 de junio de 2020

Desidentificaciones


Desidentificaciones

La belleza se soporta sólo si se aviene a existir sin destruirnos. Para Rilke, con ella nacía lo terrible. Otro tanto puede decirse de las identificaciones que nacen para armarnos a condición de no destruirnos. Se empieza en la vida edificando una provisional identidad, para en el momento de lucidez adolescente (si es que existe), deconstruir y dejar caer lo que no encaja, esas actitudes, maneras y modos que otrora usamos.
La desidentificación es abandonar esos rasgos tomados del campo de los Otros, constituyentes o influyentes. Si bien han permitido una identidad durante la primera y la segunda infancia, si bien posteriormente han sobrevivido a duras penas durante la pubertad, finalmente, en la muda adolescente, se produce esa rebeldía que anuncia separación y cambios. Después, esas señas de identidad, (por evocar a Juan Goytisolo y a su magnífico libro homónimo) han llegado a la juventud deshilachadas, causando incomodo molesto en la vida adulta. Es oportuno localizar su origen, fecharse su procedencia, estudiarse y decidir su continuidad. Entonces, sólo entonces, se abre la puerta del verdadero cambio psicológico, que no es la modificación de la conducta (Tomasi de Lampedusa tenía razón en El Gatopardo), sino la rectificación subjetiva.
El sujeto se atreve a rectificar cuando ha logrado desidentificarse de todo lo “copiado” inconscientemente de esos Otros que fueron fundamentales en su vida. Y puede caminar más ligero de equipaje, aunque sea menos infatuado, o más seguro de sus propias limitaciones.
Este proceso psicológico de desidentificarse de esos modos, estilos, pensamientos y maneras de vivir que no sientan bien, es viable si se detecta que “hay algo que no funciona”, tal como justificara Pierre Rey a Jacques Lacan como motivo para pedirle un psicoanálisis. El disfuncionamiento se percibe cual piedra que se lleva en el zapato, cual mochila pesada repleta de ideales ajenos.
Puede admirarse la belleza y puede soportarse la belleza, si no es una carga imposible como pueden llegar a serlo portar visiones y sueños foráneos. Las verdades de otros no tienen por qué ser las propias. Panta rei.
Publicado en DIARIO PALENTINO el 28 de mayo de 2020





miércoles, 10 de junio de 2020

Identificaciones


Identificaciones

Una identificación supone una transformación. Los niños, desde la cuna y durante toda su infancia imitan a los otros, conscientemente. Pero la identificación no es una imitación, es inconsciente. Puede ese infans vivir toda su vida sin saber a quién está identificado. Es en el estadio del espejo (hasta los dieciocho meses) cuando comienza pues, la asunción de la imagen, y la transformación subsiguiente.
Más adelante, toda esa acumulación de rasgos identificatorios (maneras de sentir y de pensar, modos de aceptar las cosas, estilos de adaptación a lo nuevo, formas de comunicación, uso de la mirada y el silencio…) van dando forma a una identidad, a una máscara de presentación social, esto es, a una personalidad. Un conjunto artificial, y sobre todo provisional, pues esos rasgos tomados del campo del Otro materno, del Otro paterno, del Otro educador, del Otro social, permiten sostener un edificio corporal y mental inestable, de prestado.
Fuente de problemas, por otro lado, pues andar por la vida con esos aditamentos prestados es causa de desajustes e incomodidades. Un día habrá que deconstruir. Además, las frágiles identificaciones de algunos sujetos van parejas a las líquidas identificaciones de nuestra época, cambiantes y poco estables. Identificaciones que conducen a personalidades “como si”, sujetos que son auténticas copias falsas tomadas de su entorno, y todo ello mutante.
Se entiende así que, sin transitar por las identificaciones, todo trabajo psicológico está condenado al fracaso, en especial el bienintencionado, aquel que se dirige al astuto ego. Se entiende así lo banal de armonizar disonancias cognitivas, de intentar modificar conductas, de enseñar relajaciones, de encantar con positividades, si la linterna no apunta al sostén identificatorio.
No todo el mundo tiene la suerte de ser huérfano, (Jules Renard en su autobiográfica novela Pelo de zanahoria, cuando se la hace decir a su personaje de doce años François Lepic), apunta al confort de evitar paternidades/maternidades horrendas, y familias desastre. Pero las identificaciones son inconscientes. Y nacen en el espejo.


 Publicado en DIARIO PALENTINO el jueves 21 de mayo de 2020.



jueves, 21 de mayo de 2020

Personalidad


Columna de DIARIO PALENTINO del jueves 14 de mayo de 2020

La noción de personalidad se confunde con otros conceptos como el de carácter o temperamento. Asimismo se exige desde la cuna tener una “propia” personalidad, se señala a quien “no tiene personalidad”, o a quien porta doble personalidad. También se habla de personas que son  personalidades y de otras que tienen personalidad múltiple.
Un lío. Un gran despiste para el gran público y para demasiados psicólogos que partieron de Catell: personalidad es lo previsible que hacen las personas en situaciones concretas. Mejor es partir de Lévi-Strauss (“El yo es detestable”) y de Lacan (“La personalidad total, la unidad unificadora, una mentira escandalosa”), como enseñara Vicente Palomera en De la personalidad al nudo del síntoma (Gredos, 2012), sentenciando que el error de toda la psicología es, precisamente, que al tomar la persona o el yo como sujeto, al hacer de la personalidad una sustancia, asimila de modo imaginario lo simbólico y lo real: el orden simbólico y el individuo en tanto elemento numérico de un conjunto. Incluso cuando parte de Machado y de su Juan de Mairena para recordar que Abel Martín creía en lo otro, en la esencial heterogeneidad del ser, en la incurable otredad que padece lo uno.
La personalidad es una máscara. Un engaño. La mentira necesaria para salir a la calle, para presentarse en sociedad. Quitar esa máscara es encontrarse con otra y con otra. Por eso fortalecer el yo, afirmar la potencia de ese trampantojo es estéril, por más que el entrenador psicológico quiera convencer a su cliente de que debe “confiar en sí mismo” y “afirmar su personalidad”. Lamentables desorientaciones que obtienen individuos aún más infatuados. Aunque con todo y con eso lo peor de lo peor llegó históricamente con el culto a la personalidad del líder.
A esa inflación del yo nos conduce todo en nuestra vida socio-económica de culto al individualismo, a la marca personal, al narcisismo generalizado, a las astucias incansables del yo, a ese yo que se habla a sí mismo en la vida interior con marcado acento de aburrimiento repetitivo.
 Simplemente la personalidad cumple una función. Permite las coartadas. Punto.  






jueves, 23 de abril de 2020

Actos obsesivos


Publicado en DIARIO PALENTINO el 23 de abril de 2020 
Actos obsesivos
Los actos rituales, ceremoniales, están ya tan incorporados y naturalizados que pasan inadvertidos. Pero cuando se convierten en un tormento diario, cuando su práctica consume demasiado tiempo, cuando comportan sufrimiento, entonces es asunto del psicopatólogo.
Hay literatura suficiente: sujetos que para dormirse necesitan colocar de una determinada manera los objetos de la habitación, circuitos de higiene extenuantes, pertinaz insistencia en contar y recontar las cosas, pormenorizar relatos abusivamente, o fabricación febril de listas, (hay que leer El vértigo de las listas, de Umberto Eco). Es decir que no haya espacio entre un significante y otro significante.
Cuando el deseo, como barrera, no alcanza; cuando olvidar, como bastión, no es suficiente, al sujeto obsesivo le resta su pasión por el sentido, por buscarle el sentido a todo. Su estrategia campea entre la demanda y el deseo, por eso suplica que le pidan (Lacan). Se queja, pero le encanta que le pidan, de ese modo se pasa la vida haciendo favores, al servicio de los intereses de los demás, oblativamente esclavizado. Está tan ocupado en responder a los pedidos que no dispone de tiempo para preguntarse por el propio deseo.
Recurre a pequeñas hazañas a fin de satisfacer a su Otro del momento, a quien nombra registrador y notario. Ante ese Otro al que sirve se comporta peculiarmente: primero construcción,  colmar de elogios, para después destrucción, directamente ponerlo verde.
Odia la palabra improvisación, y ama la palabra protocolo, que todo siga unos rígidos pasos, automatizando así la vida, alejando todo atisbo de improvisación, aliento creativo, invención.
Como se ha hecho fuerte en los meandros de la burocracia, santuario de actos obsesivos rituales, enlentece todo, creyendo que así ahuyentará la contingencia. Y en su peculiar religión privada, estos actos rituales, (“mis pequeñas manías”), incluye el tabú de contagio, no dejarse contaminar por el otro. Atmósfera ideal estos meses de aislamiento.
La vida sin acontecimientos imprevistos. Ni virus: ¿qué hace aquí ahora en abril de 2020 saltándose el protocolo y estropeando los planes?



jueves, 16 de abril de 2020

Aburrimiento



Aburrimiento

El adolescente que durante un día entero contempla una rosa mientras guarda un carnero en un prado, en Marrakech, sin llegar a aburrirse, ni siquiera a imaginar lo que es el aburrimiento, desmiente a Leopardi, a cuyo pastor el tedio asalta mientras yace ocioso. Introducir el afecto del aburrimiento con esa fórmula de adolescente contemplativo de Los pensamientos del té (Guido Ceronetti) indicaría que saber aburrirse con elegancia es un arte, una disciplina fértil.
La palabra aburrimiento aparece en inglés (boredom) en 1750, pero en la literatura en 1852 con Dickens y su Casa desolada, en expresiones como “muriendo de aburrimiento, “la enfermedad del aburrimiento”, “el dragón del aburrimiento”. Es verdad que hoy se oye mucho lo de “aburrimiento mortal”.
Freud no habló de aburrimiento, simplemente trabajaba en la vertiginosa Viena de 1900. Séneca escribió del hastío de las riquezas, Montaigne del hastío que causa la saciedad, y Lacan, de “palco reservado al aburrimiento del Otro”, marcando esa maniobra del sujeto obsesivo, quien enmudece a su Otro y lo sienta a cronometrar sus hazañas, pero sobre todo construyó una barroca serie lógica: “el deseo, el hastío, el enclaustramiento, la rebeldía, la oración, la vigilia…, el pánico”. Todo ello apunta a invocar a un otro lugar, al del sujeto del inconsciente, siempre residente afuera.
El aburrimiento en la escuela, (Moncada) puso de manifiesto lo poco que había cambiado la fisonomía de un aula colegial, sentenciando en el exordio que el aburrimiento en la escuela preparaba para el aburrimiento en el trabajo. ¿Pero qué tiene de malo aburrirse?
Bien. Pues en el actual confinamiento, la queja del “me aburro” resuena en su esplendor. Denota que predominan las vidas exteriores, el empuje a vivir vidas ajenas, y se frecuenta menos la vida interior, el placer de la conversación interior, el amor por el juego de la imaginación, el pensar libre y la desbordante fantasía. A mayor geografía interior menos tedio y menos exigencia de dis-tracciones, entre-tenimientos,  mata-ratos.
Como al adolescente de Ceronetti, una rosa bien contemplada espera.

 Columna publicada en DIARIO PALENTINO. 16.04.2020.